Ajardinamos un
ajedrez con las teclas de un piano…
confidencias de
compositores en sus redes blancas,
y un tiempo de
escurridizos manjares,
con un filo de
duendes los peces…
las cordilleras que
se agrupan para nuestras partidas;
perdí la cuenta de
tigres de estantería,
en las variantes de
trucha y ducha,
y nos anima el pecho
de los jilgueros,
las tejedoras republicanas con su sonrisa
y las marionetas de
nuestros sueños…
las ventanas de los
libros
se abren a burbujeantes calles donde nuestras
fantasías besan su mano…
arrimadas lumbres de
un mañana de posturas del arte:
con su sed de colores los portales
las luminosas llaves del amor
y los exquisitos
aromas del agradecimiento…
las chicas cuyas mejillas sonrosan el aire…
mientras rastrean
nuestros gestos por la ciudad;
que nunca olvidan regresar de sus juegos entre
las gaviotas,
de los rompeolas de
las tintas verdes…
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